Y el ser se hincó en la obscuridad, y su frente tocó el piso.
Sus palmas juntas a la cabeza arqueada llevó llamando al señor, Dios benefactor y justo; a ese que el viento le acompaña, a ese que la espada no le hiere; omnipotente, omnipresente.
¡YHVH!--gritó el ser entre labios--, ¡YHVH! --Nuevamente gritó--, ven a mí, tráeme tu voluntad y fortalece la mía.
Entonces comenzó a orar en susurros, en silencio Dios su voz escuchó.
Padre de todo, ruego en la nada que soy, déjame escuchar tu voz, déjame cantar contigo.
Déjame sonreír, sólo a través de ti respirar, sentir, ver, hablar, besar, tocar, escuchar.
Sólo a través de ti quiero ser lo que soy, dame tus dones Señor, dame todo de ti pues mi vida tuya es y mi libre albedrío mi esclavitud; ¿cómo he de convertirle a éste de su verbo a la carne sin tus dones?
Señor escucha, escucha este grito en el silencio pues ausente de ti aún estoy aunque mi vida tuya, una perenne lealtad.
La mente del ser en un lapso de lo eterno vacía quedó. Su boca acarició la fría tierra humedecida por sus lágrimas; terminando la usencia de movimiento alzó la cabeza y secó el resto con su manta; aquella forma que entre sombras lejanas una enorme roca parecía al fin se incorporaba mientras sus piernas aún adormecidas los pies firmes al contraste del firmamento les llevó.
Respiró profundamente y sin importar romper la quietud de la noche, pronunció “gracias” cuando a la par sus brazos extendidos elevó y sus ojos a las estrellas miraban.
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